Poco
me acuerdo del primer día de clase cuando era apenas una cría, pero
dudo que fuese de los mejores... Cambiar de repente de ambiente, de
gente, de ámbitos y costumbres... Todo cuesta en un principio, pero
bueno, éramos solo niños.
Ahora
todo cambia: ''adultitos'' que, por su propia cuenta, deciden seguir
estudiando y formarse como personas con la idea de tener un futuro más
claro.
En
ocasiones estos jóvenes, por placer o incapacidad de estudiar lo
deseado en su ciudad, marchan a otros lugares diferentes de donde han
pasado toda su vida. Dejar atrás familia, amigos u otros seres queridos
puede ser muy duro, sí, pero hay que mirar al frente; una nueva vida te
espera, una nueva ''familia''.
La
suerte está echada. Cruzas la valla de la universidad. Suspiras. Y con
miedo sigues andando. ¿Haré amigos? ¿Caeré bien a la gente? ¿Se me dará
bien la carrera? ¿En un futuro me servirá lo que voy a estudiar? Ya no
sirve mirar hacia atrás. Queda prohibido ser un cobarde.
Hay
gente, mucha gente del primer curso, pero realmente pocos se conocen
entre sí. En el fondo todos están tan perdidos y tienen el mismo miedo
que tú. Delicadamente te acercas a un grupo de estudiantes cual animal a
su presa, pero con un fin contrario. Intentas tranquilizarte
presentandote y estableciendo una suave conversación, que se centra
sobretodo en nombres, edades y lugares de procedencia. En un principio,
te costará acordarte de todos esos datos, tal vez porque los hayas
preguntado solamente por educación, por no sentirte solo en ese momento.
Pero poco a poco y con el tiempo irás conociendo más gente con más
interés. Es ley de vida.
Una
vez dentro de la clase, algunos profesores se presentarán y explicarán
el contenido de sus clases. Parecen fáciles, y algunas hasta divertidas.
No te confíes, esto no es un juego. Pero tampoco vale amargarse, por lo
menos de momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario