Cuando era pequeña mi abuela me decía que no tenía que llorar por nada a no ser que hubiese mucha sangre. Pero a veces me entran unas enormes ganas de hacerlo cuando veo las noticias.
Algunos pensarán que, como joven periodista, estoy lanzando
ladrillos contra mi propio tejado; en cambio, espero que otras personas se sientan identificadas.
En este país no solemos atender opiniones que no
encajen en nuestro propio ombligo. Aun así me atreveré: personalmente me veo en
la obligación de posicionarme en contra de la
publicación de imágenes sangrientas.