Cuando era pequeña mi abuela me decía que no tenía que llorar por nada a no ser que hubiese mucha sangre. Pero a veces me entran unas enormes ganas de hacerlo cuando veo las noticias.
Algunos pensarán que, como joven periodista, estoy lanzando
ladrillos contra mi propio tejado; en cambio, espero que otras personas se sientan identificadas.
En este país no solemos atender opiniones que no
encajen en nuestro propio ombligo. Aun así me atreveré: personalmente me veo en
la obligación de posicionarme en contra de la
publicación de imágenes sangrientas.
Durante mis años universitarios me
han advertido en infinitas ocasiones que todas
las noticias deben estar exentas de elementos
subjetivos. La tarde del pasado jueves 17 de agosto la ciudad de Barcelona
sufrió un ataque terrorista que acabó con la vida de 14 personas y más de un
centenar de heridos, a lo que se sumó lo
ocurrido esa misma noche en Cambrils.
Pero en esta
ocasión no pretendo referirme al miedo provocado
por los terroristas, al temor ciudadano ni a cómo debemos permanecer unidos y fuertes. Quiero ponerme
en la piel de cualquier espectador, aunque sin abandonar
en este escrito lo que me han enseñado de fotoperiodismo.
Es innegable que en ciertas ocasiones
fueron las crudas imágenes que se escurrían entre las palabras de una noticia
las que hacían que abriésemos los ojos ante un acto vandálico. No obstante, todo
el mundo es consciente de lo que un fallecimiento significa; por eso se me hace superfluo
buscar la necesidad de reflejarlo en una imagen. Y no me entendáis mal: lo que quiero destacar es que para reflejar esta
realidad no es necesario que la cabeza de la
víctima esté en un primer plano. No es preciso, y sería correcto que no fuese
así, poder identificar a esa persona con facilidad. No hace falta tampoco que
el color predominante en la imagen sea el rojo.
Ignorando las
recomendaciones de las autoridades, no
fueron pocos los que —quizá por la euforia, el
miedo, las ganas de transmitir los acontecimientos casi en directo o, aunque
espero que no, el morbo— se atrevieron a
publicar en redes sociales, sobre todo Twitter, imágenes sangrientas. Por el contrario, otros cibernautas prefirieron seguir
el ejemplo de Bruselas y añadir fotografías o gifs de gatos, bien para no ofrecer pistas a los terroristas huidos o bien para compensar
publicaciones dolorosas.
Muchos comparan las imágenes que
inundaron los medios durante esas dramáticas horas
con aquella de la niña desnuda huyendo de un bombardeo
en la guerra de Vietnam en 1972, una fotografía
dura, empática, victimista. Otros se permiten el lujo de asegurar que una foto ‘light’
no ganaría un Pulitzer. A ellos simplemente les recomiendo visionar la
trayectoria de estos premios a la vez que invito al jurado de la Universidad de
Columbia (Nueva York) a seguir diferenciando
entre periodismo y morbo. Aunque si el morbo se
encuentra en los ojos del espectador, como sostiene Manu Brabo —segundo fotógrafo español galardonado con este premio—, deberemos
cuidar que no se nos contagie como si se tratara de conjuntivitis.
Originalidad aparte, el niño de tres
años Aylan Kurdi, cuyo cadáver apareció en la
costa turca en septiembre de 2015 (fotografiado por Nilüfer Demir),
parece que irónicamente tuvo su homenaje con la imagen de un niño inerte sobre la Rambla de Barcelona. Irónicamente, los
lectores de hace dos años criticaban la instantánea con su correspondiente
publicación, esta vez agradecían el alivio sanguinario. Sin embargo, si nos
fijásemos en el periódico online Sphera Sports nos permitiríamos el lujo de tachar sus portadas como sosas, carentes de
información o poco periodísticas.
Pero es que en ocasiones
definirnos como ridículos se nos queda corto. El
abuelo de Julian A. Cadman, de 7 años, publicó una fotografía del niño para
lograr localizarle, imagen que corrió como el agua de una cascada hasta que un
gran medio decidió pixelar sus ojos, supongo que debido
a su corta edad. Absurdo. Días después se hacía pública la imagen de la cara
destrozada de Younes Abouyaaquoub, conductor de la furgoneta y causante del
atropello masivo, una vez abatido por los Mossos d'Esquadra. Ilógico.
Dicen que una imagen va más que mil palabras, pero no por el hecho de ser sangrientas valen más que mil y una. He recopilado algunas que retratan perfectamente el dolor suficiente para transmitir acontecimientos noticiables como este.
¿Dónde se encuentra el límite, a mi parecer? En una instantánea que resulte frágil por dura que sea, que nos haga
llorar sin provocarnos arcadas, con la que nos
sintamos identificados sin quererlo. Una como la tomada
por Marcela Miret, firmada por David Armengou y distribuida por EFE, que
ocupó las portadas de numerosos medios.
[Las
fotografías incluidas pertenecen a sus correspondientes titulares, empleándose
aquí exclusivamente a título de cita y ejemplo, sin ánimo de lucro.]
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