Hace ya algunos días
que se celebró la ceremonia de clausura del Máster de Reporterismo e Investigación
para TV que he estado
cursando durante los últimos meses. Aunque no ha sido el primer acto de este
tipo en que participo, mentiría si negara que tuve alterados los nervios
durante las horas previas. Incluso la noche anterior soñé con lo que iba a
vivir esa tarde. Y lo hice con tal intensidad que, mientras daba vueltas en la
cama, me vi en el estrado pronunciando esas protocolarias palabras que algún
alumno debe pronunciar en estas ocasiones. No iba a ser mi caso, pero supongo
que mi subconsciente me invitaba a reflexionar en voz alta sobre lo experimentado en los últimos
tiempos. Y de pronto mi voz se adueñó del sueño para saludar a un público menos
sorprendido que yo misma:
Buenas tardes a todos:
a los miembros de la mesa, al profesorado, familia, amigos y casi, casi,
profesionales. Estamos a un paso.
Me gustaría poder
obviar esa primera parte por la que comienzan todos y cada uno de los discursos
de clausura. Esa parte que dice "han pasado nueve meses desde que
empezamos y parece que fue ayer", pero no puedo evitarlo. Dicen que el
tiempo pasa volando cuando disfrutas lo que haces y... en fin.
Ha sido poco tiempo
para muchas experiencias, unos meses muy intensos, cargados de risas, sudor y
lágrimas. Vergüenza en la calle y la luz del ordenador alguna que otra noche en
vela. Pero, sobre todo, una experiencia real reiterada una y otra vez: la de
coger una hoja en blanco, un micrófono y la ilusión de visibilizar la realidad.
Nos hemos demostrado lo que ya creíamos saber: el reporterismo no es fácil, el
reporterismo no es para todo el mundo. No es lo mismo salir a la calle a
preguntar sobre gustos gastronómicos que pedir opiniones políticas, no es lo
mismo un testimonio frente a cámara que a cámara oculta. Ni es la misma la
adrenalina que se libera, para qué negarlo. Hemos trasteado falsos, directos,
platós... e incluso hemos entrevistado a diferentes celebridades en alguna que
otra clase. Somos capaces de hacer cualquier tipo de reportaje que se nos
presente (o que ni siquiera se nos presente), llevarlo a cabo y,
finalmente, venderlo. Al igual que improvisábamos posibles hechos
noticiables, nos cargamos de valor para asumir la competencia real que se vive
en una jornada periodística. Porque sí, señores, el mundo de la comunicación
también es competencia.
Hace poco leí un artículo de
la periodista María Jiménez.
Por vuestras caras supongo que no sabéis de quién se trata. Esta periodista fue
a clase con Sara Carbonero. En ese texto María contaba cómo ella no tuvo su
suerte, cómo a ella le costaba hacer malabares cada fin de mes y saltaba de
trabajo en trabajo, mientras que su compañera... bueno, a su compañera todos la
conocéis. Estamos en un mundo en el que, tanto para conseguir una exclusiva
como para lograr el trabajo de tus sueños, debes estar en el momento preciso en
el lugar adecuado. Escalofríos, cuanto menos, es lo que podemos sentir cuando
vemos periodistas-no periodistas en televisión, y periodistas-sí
periodistas lamentando su situación en Twitter. Lo siento, pero no
tengo respuestas a esto. Es la triste situación ante la que nos encontramos.
Hay que cambiar el periodismo y hay que cambiar el mundo; y, compañeros,
nosotros tenemos las herramientas y, sobre todo, las habilidades para
hacerlo.
Para investigar y
contar hay que ser capaz de abrir bien los ojos y la mente. Decía antes que el
reporterismo no es un trabajo fácil ni apto para todos. Tampoco está todo lo
bien visto que se debería. Por eso, los comunicadores triunfadores son
aquellos comunicadores que lo dan todo en cada noticia, en
cada palabra. Los que viven el suceso, calibran su importancia real y lo
transmiten de forma segura e impactante.
Comenzamos este máster
preguntando a los madrileños sus deseos para Navidad y terminamos destapando
fraudes e ilegalidades. Eso es cambiar, es evolucionar, es aprender. Y nunca se
deja de hacerlo. Mirando hacia atrás, nos damos cuenta de que lo hemos
conseguido en muy pocos meses; así que, mirando hacia adelante, pensad en lo
que somos capaces de hacer y mejorar.
Tenemos todo en
nuestras manos para hacerlo posible. Tenemos las ganas, los conocimientos y los
medios. Hemos absorbido la sabiduría de un profesorado de lo más heterogéneo;
unos maestros a los que desde aquí saludo y admiro, que, más que impartir
clases, nos aconsejaban y contaban sus vivencias. Una vez familiarizadas con la
cámara, un accesorio que terminaríamos utilizando más que nuestro bolso, nos
hicimos amigas de los ordenadores, y mira que las amistades juegan malas
pasadas... pero siempre hay que llevarse bien. Llenamos hojas en blanco con
entrevistas muy interesantes, investigaciones a ojo de águila,
guiones de todo tipo y estimaciones de audiencia. Aprendimos a diferenciar
cuándo hay que grabar sin ser visto y cuándo ver sin grabar; pero también a
adecentarnos antes de que otros nos graben para ser vistos.
No me puedo olvidar
también de los chicos a los que mareábamos cada dos por tres con el
equipamiento técnico, cuando lo necesitábamos más que el comer, cuando se caía
a cachos y la solución, en vez de tiritas, era esparadrapo... Pero ¡con qué
mimo lo ponían!
Con el mismo mimo que
nuestra familia, pareja, amigos... veían nuestros reportajes. ¡Y cuánto les
hemos aburrido con ellos! Nunca agradeceremos bastante su paciencia.
Se han terminado las
clases, pero no el curso. Aún tenemos una última gran oportunidad para mostrar
todo lo que hemos aprendido. Y a ello se suma un plus: compaginarlo con las
prácticas. La escasa oferta de prácticas que nos llega a los comunicadores es
como la vida misma: el mundo laboral, pero a menor escala. Trabajos sin
horarios, tareas para todoterrenos y sueldos minimalistas. Pero aquí no está
permitido ni agobiarse, ni rendirse. También, ahí fuera, está lo que siempre
hemos querido hacer, porque todo existe; y sólo hay que esforzarse en una cosa:
luchar por ello. Lo conseguiremos, estoy segura.
Decía al principio que "estamos a un paso", pero no de
terminar una etapa, sino de comenzar una más profesional, más auténtica, más
nuestra.
Al concluir con un simple
“gracias”, me desperté. La habitación estaba oscura y en silencio, pero sentía
junto a mí a las compañeras con quienes he compartido esas experiencias y esta
ilusión. A las que espero encontrar, más pronto que tarde, disfrutando de esta
maravillosa profesión de reportera.
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