viernes, 25 de agosto de 2017

Dejemos de llorar sangre

Cuando era pequeña mi abuela me decía que no tenía que llorar por nada a no ser que hubiese mucha sangre. Pero a veces me entran unas enormes ganas de hacerlo cuando veo las noticias.

Algunos pensarán que, como joven periodista, estoy lanzando ladrillos contra mi propio tejado; en cambio, espero que otras personas se sientan identificadas. En este país no solemos atender opiniones que no encajen en nuestro propio ombligo. Aun así me atreveré: personalmente me veo en la obligación de posicionarme en contra de la publicación de imágenes sangrientas.


Durante mis años universitarios me han advertido en infinitas ocasiones que todas las noticias deben estar exentas de elementos subjetivos. La tarde del pasado jueves 17 de agosto la ciudad de Barcelona sufrió un ataque terrorista que acabó con la vida de 14 personas y más de un centenar de heridos, a lo que se sumó lo ocurrido esa misma noche en Cambrils.

Pero en esta ocasión no pretendo referirme al miedo provocado por los terroristas, al temor ciudadano ni a cómo debemos permanecer unidos y fuertes. Quiero ponerme en la piel de cualquier espectador, aunque sin abandonar en este escrito lo que me han enseñado de fotoperiodismo.

Es innegable que en ciertas ocasiones fueron las crudas imágenes que se escurrían entre las palabras de una noticia las que hacían que abriésemos los ojos ante un acto vandálico. No obstante, todo el mundo es consciente de lo que un fallecimiento significa; por eso se me hace superfluo buscar la necesidad de reflejarlo en una imagen. Y no me entendáis mal: lo que quiero destacar es que para reflejar esta realidad no es necesario que la cabeza de la víctima esté en un primer plano. No es preciso, y sería correcto que no fuese así, poder identificar a esa persona con facilidad. No hace falta tampoco que el color predominante en la imagen sea el rojo.

Ignorando las recomendaciones de las autoridades, no fueron pocos los que —quizá por la euforia, el miedo, las ganas de transmitir los acontecimientos casi en directo o, aunque espero que no, el morbo— se atrevieron a publicar en redes sociales, sobre todo Twitter, imágenes sangrientas. Por el contrario, otros cibernautas prefirieron seguir el ejemplo de Bruselas y añadir fotografías o gifs de gatos, bien para no ofrecer pistas a los terroristas huidos o bien para compensar publicaciones dolorosas.



Muchos comparan las imágenes que inundaron los medios durante esas dramáticas horas con aquella de la niña desnuda huyendo de un bombardeo en la guerra de Vietnam en 1972, una fotografía dura, empática, victimista. Otros se permiten el lujo de asegurar que una foto ‘light’ no ganaría un Pulitzer. A ellos simplemente les recomiendo visionar la trayectoria de estos premios a la vez que invito al jurado de la Universidad de Columbia (Nueva York) a seguir diferenciando entre periodismo y morbo. Aunque si el morbo se encuentra en los ojos del espectador, como sostiene Manu Brabo —segundo fotógrafo español galardonado con este premio—, deberemos cuidar que no se nos contagie como si se tratara de conjuntivitis.

Originalidad aparte, el niño de tres años Aylan Kurdi, cuyo cadáver apareció en la costa turca en septiembre de 2015 (fotografiado por Nilüfer Demir), parece que irónicamente tuvo su homenaje con la imagen de un niño inerte sobre la Rambla de Barcelona. Irónicamente, los lectores de hace dos años criticaban la instantánea con su correspondiente publicación, esta vez agradecían el alivio sanguinario. Sin embargo, si nos fijásemos en el periódico online Sphera Sports nos permitiríamos el lujo de tachar sus portadas como sosas, carentes de información o poco periodísticas.

Pero es que en ocasiones definirnos como ridículos se nos queda corto. El abuelo de Julian A. Cadman, de 7 años, publicó una fotografía del niño para lograr localizarle, imagen que corrió como el agua de una cascada hasta que un gran medio decidió pixelar sus ojos, supongo que debido a su corta edad. Absurdo. Días después se hacía pública la imagen de la cara destrozada de Younes Abouyaaquoub, conductor de la furgoneta y causante del atropello masivo, una vez abatido por los Mossos d'Esquadra. Ilógico. 


Dicen que una imagen va más que mil palabras, pero no por el hecho de ser sangrientas valen más que mil y una. He recopilado algunas que retratan perfectamente el dolor suficiente para transmitir acontecimientos noticiables como este.


¿Dónde se encuentra el límite, a mi parecer? En una instantánea que resulte frágil por dura que sea, que nos haga llorar sin provocarnos arcadas, con la que nos sintamos identificados sin quererlo. Una como la tomada por Marcela Miret, firmada por David Armengou y distribuida por EFE, que ocupó las portadas de numerosos medios.





[Las fotografías incluidas pertenecen a sus correspondientes titulares, empleándose aquí exclusivamente a título de cita y ejemplo, sin ánimo de lucro.]

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