martes, 9 de octubre de 2018

Una etapa más

Hace ya algunos días que se celebró la ceremonia de clausura del Máster de Reporterismo e Investigación para TV  que he estado cursando durante los últimos meses. Aunque no ha sido el primer acto de este tipo en que participo, mentiría si negara que tuve alterados los nervios durante las horas previas. Incluso la noche anterior soñé con lo que iba a vivir esa tarde. Y lo hice con tal intensidad que, mientras daba vueltas en la cama, me vi en el estrado pronunciando esas protocolarias palabras que algún alumno debe pronunciar en estas ocasiones. No iba a ser mi caso, pero supongo que mi subconsciente me invitaba a reflexionar en voz alta sobre lo experimentado en los últimos tiempos. Y de pronto mi voz se adueñó del sueño para saludar a un público menos sorprendido que yo misma:

Buenas tardes a todos: a los miembros de la mesa, al profesorado, familia, amigos y casi, casi, profesionales. Estamos a un paso.

Me gustaría poder obviar esa primera parte por la que comienzan todos y cada uno de los discursos de clausura. Esa parte que dice "han pasado nueve meses desde que empezamos y parece que fue ayer", pero no puedo evitarlo. Dicen que el tiempo pasa volando cuando disfrutas lo que haces y... en fin.

Ha sido poco tiempo para muchas experiencias, unos meses muy intensos, cargados de risas, sudor y lágrimas. Vergüenza en la calle y la luz del ordenador alguna que otra noche en vela. Pero, sobre todo, una experiencia real reiterada una y otra vez: la de coger una hoja en blanco, un micrófono y la ilusión de visibilizar la realidad. Nos hemos demostrado lo que ya creíamos saber: el reporterismo no es fácil, el reporterismo no es para todo el mundo. No es lo mismo salir a la calle a preguntar sobre gustos gastronómicos que pedir opiniones políticas, no es lo mismo un testimonio frente a cámara que a cámara oculta. Ni es la misma la adrenalina que se libera, para qué negarlo. Hemos trasteado falsos, directos, platós... e incluso hemos entrevistado a diferentes celebridades en alguna que otra clase. Somos capaces de hacer cualquier tipo de reportaje que se nos presente (o que ni siquiera se nos presente), llevarlo a cabo y, finalmente, venderlo. Al igual que improvisábamos posibles hechos noticiables, nos cargamos de valor para asumir la competencia real que se vive en una jornada periodística. Porque sí, señores, el mundo de la comunicación también es competencia.

Hace poco leí un artículo de la periodista María Jiménez. Por vuestras caras supongo que no sabéis de quién se trata. Esta periodista fue a clase con Sara Carbonero. En ese texto María contaba cómo ella no tuvo su suerte, cómo a ella le costaba hacer malabares cada fin de mes y saltaba de trabajo en trabajo, mientras que su compañera... bueno, a su compañera todos la conocéis. Estamos en un mundo en el que, tanto para conseguir una exclusiva como para lograr el trabajo de tus sueños, debes estar en el momento preciso en el lugar adecuado. Escalofríos, cuanto menos, es lo que podemos sentir cuando vemos periodistas-no periodistas en televisión, y periodistas-sí periodistas lamentando su situación en Twitter. Lo siento, pero no tengo respuestas a esto. Es la triste situación ante la que nos encontramos. Hay que cambiar el periodismo y hay que cambiar el mundo; y, compañeros, nosotros tenemos las herramientas y, sobre todo, las habilidades para hacerlo.

Para investigar y contar hay que ser capaz de abrir bien los ojos y la mente. Decía antes que el reporterismo no es un trabajo fácil ni apto para todos. Tampoco está todo lo bien visto que se debería. Por eso, los comunicadores triunfadores son aquellos comunicadores que lo dan todo en cada noticia, en cada palabra. Los que viven el suceso, calibran su importancia real y lo transmiten de forma segura e impactante. 

Comenzamos este máster preguntando a los madrileños sus deseos para Navidad y terminamos destapando fraudes e ilegalidades. Eso es cambiar, es evolucionar, es aprender. Y nunca se deja de hacerlo. Mirando hacia atrás, nos damos cuenta de que lo hemos conseguido en muy pocos meses; así que, mirando hacia adelante, pensad en lo que somos capaces de hacer y mejorar.

Tenemos todo en nuestras manos para hacerlo posible. Tenemos las ganas, los conocimientos y los medios. Hemos absorbido la sabiduría de un profesorado de lo más heterogéneo; unos maestros a los que desde aquí saludo y admiro, que, más que impartir clases, nos aconsejaban y contaban sus vivencias. Una vez familiarizadas con la cámara, un accesorio que terminaríamos utilizando más que nuestro bolso, nos hicimos amigas de los ordenadores, y mira que las amistades juegan malas pasadas... pero siempre hay que llevarse bien. Llenamos hojas en blanco con entrevistas muy interesantes, investigaciones a ojo de águila, guiones de todo tipo y estimaciones de audiencia. Aprendimos a diferenciar cuándo hay que grabar sin ser visto y cuándo ver sin grabar; pero también a adecentarnos antes de que otros nos graben para ser vistos.

No me puedo olvidar también de los chicos a los que mareábamos cada dos por tres con el equipamiento técnico, cuando lo necesitábamos más que el comer, cuando se caía a cachos y la solución, en vez de tiritas, era esparadrapo... Pero ¡con qué mimo lo ponían!

Con el mismo mimo que nuestra familia, pareja, amigos... veían nuestros reportajes. ¡Y cuánto les hemos aburrido con ellos! Nunca agradeceremos bastante su paciencia.

Se han terminado las clases, pero no el curso. Aún tenemos una última gran oportunidad para mostrar todo lo que hemos aprendido. Y a ello se suma un plus: compaginarlo con las prácticas. La escasa oferta de prácticas que nos llega a los comunicadores es como la vida misma: el mundo laboral, pero a menor escala. Trabajos sin horarios, tareas para todoterrenos y sueldos minimalistas. Pero aquí no está permitido ni agobiarse, ni rendirse. También, ahí fuera, está lo que siempre hemos querido hacer, porque todo existe; y sólo hay que esforzarse en una cosa: luchar por ello. Lo conseguiremos, estoy segura.

Decía al principio que "estamos a un paso", pero no de terminar una etapa, sino de comenzar una más profesional, más auténtica, más nuestra.

Al concluir con un simple “gracias”, me desperté. La habitación estaba oscura y en silencio, pero sentía junto a mí a las compañeras con quienes he compartido esas experiencias y esta ilusión. A las que espero encontrar, más pronto que tarde, disfrutando de esta maravillosa profesión de reportera.

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